D066 Creación de un Grupo de Trabajo sobre la Verdad, el Ajuste de Cuentas y la Reconciliación para las Personas LGBTQIA+
La Iglesia Episcopal ha tomado muchas medidas a lo largo de los últimos cincuenta años para incluir a las personas LGBTQIA+ como miembros iguales y con pleno derecho, con pleno acceso a la comunidad, a los sacramentos y a las sagradas órdenes. En 1976, ambas cámaras de la Convención General reconocieron que “las personas homosexuales son hijos de Dios y tienen pleno e igual derecho… al amor, la aceptación y la atención pastoral de la Iglesia”. En 1994, la “orientación sexual” recibió el estado de no discriminación en los cánones de ordenación. En 2003, la ordenación de Gene Robinson fue la primera consagración de un obispo abiertamente gay. En 2009, la Convención General aprobó una resolución que confirmaba la igualdad de acceso al episcopado para las personas LGBTQ+. En 2012, la Convención General aprobó una resolución que despejó el camino hacia la ordenación de las personas transgénero. En 2015 y 2018 se tomaron medidas para aprobar la administración del sacramento del matrimonio a parejas del mismo sexo. Se ha logrado mucho para promover y garantizar la plena participación y protección de los derechos y la vida de los miembros LGBTQIA+ de la Iglesia Episcopal (https://www.hrc.org/resources/stances-of-faiths-on-lgbt-issues-episcopal-church).
A pesar de estos logros, sigue habiendo dificultades dentro de la Iglesia para adoptar plenamente estos cambios canónicos y comportarse de acuerdo con ellos. Los prejuicios contra las personas LGBTQIA+ tienen raíces profundas, están relacionados con fuerzas socioeconómicas y forman parte de sistemas de discriminación más amplios que siguen subyugando, marginando y mermando las vidas y las ofrendas de las personas de toda la Iglesia Episcopal. Nosotros, como Iglesia, hemos adoptado colectivamente una postura contraria a esas prácticas y creencias. Estos cambios que hemos realizado han transformado y salvado vidas.
Se han cambiado vidas, pero nuestro trabajo no ha terminado. Sigue sucediendo, por ejemplo, que los jóvenes LGBTQIA+ tienen cuatro veces más probabilidades de intentar suicidarse que sus compañeros heterosexuales. Aunque el pleno acceso a los sacramentos está escrito en nuestros cánones, esto no sucede así en todas nuestras iglesias. Aún queda trabajo por hacer, ya que estas dinámicas subyacentes siguen afectando las vidas de las personas LGBTQIA+ que buscan caminar en el amor como miembros plenos e iguales de nuestras congregaciones.
Además del impacto de las dinámicas actuales que contribuyen a la depresión y al aislamiento y limitan la manifestación del reino de Dios en la tierra, también vivimos bajo la sombra del pasado que hemos intentado corregir. Antes de la aprobación de cada una de las resoluciones mencionadas, la gente sufría debido a las condiciones que estas resoluciones pretendían corregir. Las propias vidas de las personas LGBTQIA+ llamadas a la ordenación se vieron amenazadas por la violencia y la muerte. La gente se vio obligada a aislarse y a ocultar su identidad por temor a represalias o a discriminación. Otros que sí revelaron su orientación sexual o identidad de género y fueron ordenados se enfrentaron a procesos del Título IV y a la deposición del ministerio debido únicamente a su orientación sexual o a su género.
La teoría psicológica está repleta de ejemplos de cómo el pasado influye en el presente y el futuro. Al no abordar los daños anteriores, sus amenazas y sanciones implícitas siguen presentes. Podemos hacer suposiciones sobre nuestras respuestas colectivas a lo que se ha hecho y deshecho, pero sin abordar esto directa y abiertamente, no nos queda más remedio que cuestionar la veracidad de las reformas actuales. Las sombras de nuestras acciones anteriores, cuando no se abordan, permanecen como un trauma de familia del que nunca se habla. Estamos llamados a iluminar las tinieblas y ofrecer el amor reparador y sanador de Dios.
Esta resolución aborda nuestros errores y lesiones anteriores. Al reconocer el daño infligido anteriormente a los miembros de nuestra comunidad LGBTQIA+, invitamos a la conversación y a decir la verdad que, en última instancia, tiene el poder de conducir a la sanación. Al nombrar nuestras ofensas, podemos empezar a entender, descubrir y corregir la dinámica que las perpetuó en primer lugar, y a crear la perspectiva para identificarlas en sus formas actuales. Al tenderle la mano a quien ha visto interrumpido su ministerio, reconocemos su vocación y le ofrecemos amor sanador. Para los que ya han fallecido, enmendamos los relatos de sus historias y trabajamos para restaurar los legados de sus llamados sagrados. En definitiva, al abordar y hablar lo que se ha callado y evitado, al aprobar esta resolución, decimos la verdad y trabajamos para reparar, sanar y respetar la dignidad de todas las personas.
Explicación
La Iglesia Episcopal ha tomado muchas medidas a lo largo de los últimos cincuenta años para incluir a las personas LGBTQIA+ como miembros iguales y con pleno derecho, con pleno acceso a la comunidad, a los sacramentos y a las sagradas órdenes. En 1976, ambas cámaras de la Convención General reconocieron que “las personas homosexuales son hijos de Dios y tienen pleno e igual derecho… al amor, la aceptación y la atención pastoral de la Iglesia”. En 1994, la “orientación sexual” recibió el estado de no discriminación en los cánones de ordenación. En 2003, la ordenación de Gene Robinson fue la primera consagración de un obispo abiertamente gay. En 2009, la Convención General aprobó una resolución que confirmaba la igualdad de acceso al episcopado para las personas LGBTQ+. En 2012, la Convención General aprobó una resolución que despejó el camino hacia la ordenación de las personas transgénero. En 2015 y 2018 se tomaron medidas para aprobar la administración del sacramento del matrimonio a parejas del mismo sexo. Se ha logrado mucho para promover y garantizar la plena participación y protección de los derechos y la vida de los miembros LGBTQIA+ de la Iglesia Episcopal (https://www.hrc.org/resources/stances-of-faiths-on-lgbt-issues-episcopal-church).
A pesar de estos logros, sigue habiendo dificultades dentro de la Iglesia para adoptar plenamente estos cambios canónicos y comportarse de acuerdo con ellos. Los prejuicios contra las personas LGBTQIA+ tienen raíces profundas, están relacionados con fuerzas socioeconómicas y forman parte de sistemas de discriminación más amplios que siguen subyugando, marginando y mermando las vidas y las ofrendas de las personas de toda la Iglesia Episcopal. Nosotros, como Iglesia, hemos adoptado colectivamente una postura contraria a esas prácticas y creencias. Estos cambios que hemos realizado han transformado y salvado vidas.
Se han cambiado vidas, pero nuestro trabajo no ha terminado. Sigue sucediendo, por ejemplo, que los jóvenes LGBTQIA+ tienen cuatro veces más probabilidades de intentar suicidarse que sus compañeros heterosexuales. Aunque el pleno acceso a los sacramentos está escrito en nuestros cánones, esto no sucede así en todas nuestras iglesias. Aún queda trabajo por hacer, ya que estas dinámicas subyacentes siguen afectando las vidas de las personas LGBTQIA+ que buscan caminar en el amor como miembros plenos e iguales de nuestras congregaciones.
Además del impacto de las dinámicas actuales que contribuyen a la depresión y al aislamiento y limitan la manifestación del reino de Dios en la tierra, también vivimos bajo la sombra del pasado que hemos intentado corregir. Antes de la aprobación de cada una de las resoluciones mencionadas, la gente sufría debido a las condiciones que estas resoluciones pretendían corregir. Las propias vidas de las personas LGBTQIA+ llamadas a la ordenación se vieron amenazadas por la violencia y la muerte. La gente se vio obligada a aislarse y a ocultar su identidad por temor a represalias o a discriminación. Otros que sí revelaron su orientación sexual o identidad de género y fueron ordenados se enfrentaron a procesos del Título IV y a la deposición del ministerio debido únicamente a su orientación sexual o a su género.
La teoría psicológica está repleta de ejemplos de cómo el pasado influye en el presente y el futuro. Al no abordar los daños anteriores, sus amenazas y sanciones implícitas siguen presentes. Podemos hacer suposiciones sobre nuestras respuestas colectivas a lo que se ha hecho y deshecho, pero sin abordar esto directa y abiertamente, no nos queda más remedio que cuestionar la veracidad de las reformas actuales. Las sombras de nuestras acciones anteriores, cuando no se abordan, permanecen como un trauma de familia del que nunca se habla. Estamos llamados a iluminar las tinieblas y ofrecer el amor reparador y sanador de Dios.
Esta resolución aborda nuestros errores y lesiones anteriores. Al reconocer el daño infligido anteriormente a los miembros de nuestra comunidad LGBTQIA+, invitamos a la conversación y a decir la verdad que, en última instancia, tiene el poder de conducir a la sanación. Al nombrar nuestras ofensas, podemos empezar a entender, descubrir y corregir la dinámica que las perpetuó en primer lugar, y a crear la perspectiva para identificarlas en sus formas actuales. Al tenderle la mano a quien ha visto interrumpido su ministerio, reconocemos su vocación y le ofrecemos amor sanador. Para los que ya han fallecido, enmendamos los relatos de sus historias y trabajamos para restaurar los legados de sus llamados sagrados. En definitiva, al abordar y hablar lo que se ha callado y evitado, al aprobar esta resolución, decimos la verdad y trabajamos para reparar, sanar y respetar la dignidad de todas las personas.